fuente: ciperchile.cl
Lorena Pérez ha investigado el acceso al crédito por más de 15 años. Aquí presenta relatos de hombres y mujeres cuya vida es devorada por deudas de consumo, de estudio o hipotecarias ¿Por qué tenemos que seguir promoviendo la deuda para asegurar ingresos a los hogares?, pregunta.
“Como decimos acá en la mina: ¡quién ha visto el mañana!, me señaló don Pedro, minero de El Teniente, para explicarme su relación con el dinero y las deudas. Su sistema de turnos, el desgaste físico de su oficio y lo poco que compartía con su familia eran, a su juicio, razones suficientes para aprovechar de vivir con intensidad y aprovechar el momento. Don Pedro aceptó todas las tarjetas que le ofrecían afuera de la mina, sentía que los bancos confiaban en él y eso le llenaba de orgullo. Me mostró su auto, su nuevo refrigerador. Estaba orgulloso de poder darle a su familia todo aquello que el jamás pensó podría tener. Era tanto su orgullo que escondía las cartas de cobranza que le llegaban todos los meses. No quería preocupar a su familia. Pensaba que tomando nuevos turnos o trabajando los fines de semana podría mejorar su situación. A fines de 2004, don Pedro debía 20 millones de pesos a distintas instancias financieras.
Entrevisté a Fernanda en la cafetería de un mall, me contó que había dejado su carrera recientemente puesto que había tenido que ponerse a trabajar. No había logrado juntar el dinero necesario. En ese momento intentaba crear una organización de deudores para denunciar lo que a su juicio era una gran estafa: su deuda educativa. Fernanda me contó con lujo de detalles todo lo que había aprendido sobre los créditos Corfo de pregrado, su sorpresa al conocer el valor real que pagaría por cada año de estudio y todos los esfuerzos que había tenido que hacer para evitar que sus avales fueran perseguidos por las empresas de cobranza. Ahorraba en todo lo que podía, evitaba andar en micro y caminaba diariamente hacia la Universidad, pero no fue suficiente. Tuvo que dejar de ir a la Universidad porque no le permitieron dar los exámenes sino se ponía al día con sus pagos. Me contó que estaba buscando una carrera más barata, tal vez una carrera técnica. A fines de 2011, Carla debía más de 12 millones de pesos a distintos bancos por sus créditos universitarios de una carrera que no logró terminar.
En los más de 15 años que he estudiado el tema del endeudamiento en Chile, la relación ente crédito y deuda ha ocupado distintos lugares: mientras para algunos es el resultado doloroso de un consumo desmedido, otros lo pensaron como una inversión a futuro y para otro los créditos son un activo que les permite llegar a fin de mes.
Una mañana de sábado, camino a la casa de Carolina y Diego, les escribí anunciando mi llegada. Me sorprendí al ver que su última conexión al WhatsApp había sido a las 6:00 am. Llegó tarde anoche, pensé… pensé, también en cancelar la entrevista. Llegando a su casa les pregunté por qué estaban conectados a esa hora y me contaron que los fines de semana se levantaban muy temprano para ponerse al día. En la semana no tenían tiempo. Carolina tenía dos trabajos, estudiaba en las noches y cuando regresaba a casa junto a Diego preparaban granolas para vender en el trabajo. Tenían muchas deudas de estudio y con sus sueldos apenas les alcanzaba para pagar sus gastos básicos. Ambos profesionales de universidades tradicionales nunca pensaron que la vida laboral sería tan difícil, ni mucho menos en los enormes esfuerzos que tendrían que hacer para poder pagar sus deudas de estudio. A fines de 2016, entre ambos debían más de 24 millones de pesos entre las deudas del CAE y los créditos internos que habían tomado en sus respectivas universidades para pagar lo restante. Todos sus proyectos de pareja (hijos, casa propia) estaban, por el tiempo que durará su deuda, suspendidos.
Renato y Marcela vivían en Chiguayante, en un departamento propio que habían comprado con un crédito hipotecario. Tenían un hijo que había cumplido recién 7 meses. Marcela estudiaba y Renato había comenzado a estudiar un Magister. Para explicarme cómo organizaban sus gastos, me mostraron su planilla de gastos, en la que con mucho detalle se describían todos los gastos que hacían. Para que sus ingresos calzaran con sus gastos, usaban todos los meses su línea de crédito. Para ellos, ese ingreso era considerado un activo, un recurso más con el que contaban para poder llegar a fin de mes. A pesar de que no se consideraban endeudados, porque no tenían cuotas atrasadas, a fines de 2018 pagaban más de un millón de pesos por concepto de deudas.
En los más de 15 años que he estudiado el tema del endeudamiento en Chile, la relación ente crédito y deuda ha ocupado distintos lugares: mientras para algunos es el resultado doloroso de un consumo desmedido, otros lo pensaron como una inversión a futuro y para otro los créditos son un activo que les permite llegar a fin de mes. Sin embargo, más allá de los distintos significados y usos, todos los créditos han tenido un carácter común: parten del supuesto de que en un futuro se podrán pagar. Todos, independiente del monto adeudado y de las razones de su endeudamiento, pensaron que podría pagar sus deudas. Sin embargo, en la mayoría de los relatos que he ido escuchando este supuesto no se ha cumplido a cabalidad. Particularmente para aquellos que, como don Pedro, Fernanda, Carolina, Diego, Renato y Marcela, no cuentan con el apoyo económico de sus padres o familiares directos y tienen que ingeniárselas con sus propios ingresos. Las “calillas” los han obligado a trabajar horas extras, a postergar sus proyectos personales y someter gran parte de su vida al pago de las deudas.
Cuando leo que la principal estrategia del plan de protección a la clase media anunciado por el gobierno promueve nuevos accesos a endeudamiento, me pregunto ¿qué certeza pueden tener de que en un futuro estas deudas se podrán pagar? Si aún no conocemos su plan de reactivación económica ¿por qué tenemos que ser los primeros en tirarnos a la piscina?
Por eso, cuando leo que la principal estrategia del plan de protección a la clase media anunciado por el gobierno promueve nuevos accesos a endeudamiento, me pregunto, ¿qué certeza pueden tener de que en un futuro estas deudas se podrán pagar? Si aún no conocemos su plan de reactivación económica ¿por qué tenemos que ser los primeros en tirarnos a la piscina? Si ya sabemos que los hogares inician esta pandemia cargando importantes deudas principalmente de consumo y que estas deudas en relación a su acceso, uso y carga financiera son profundamente desiguales, ¿por qué tenemos que seguir promoviendo el endeudamiento como único medio para asegurar los ingresos de los hogares? Si ya sabemos que los bancos no siempre han actuado de buena fe, ¿qué garantías nos pueden dar de que la postergación de pago no se transformará en repactaciones de créditos que terminen por perjudicar aun más a los hogares? Si el CAE ha enriquecido más a los bancos que a los jóvenes deudores ¿por qué tenemos que usar nuevamente esa fórmula?
Todas estas preguntas deben ser las mismas que tienen la mayoría de los hogares chilenos que proyectan un futuro económico incierto, que observan que sus ingresos decrecen y no así sus obligaciones económicas. Si nadie ha visto el mañana, retomando el dicho minero, porque no mejor nos preocupamos de proteger los ingresos y controlar los gastos, antes de seguir pensando en estrategias que hipotequen nuestro futuro. En un país de deudores lo que menos necesitamos son nuevas deudas.
Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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